Cómo es de cerca el “sarcófago” gigante de Chernobyl, que encerrará los residuos nucleares más peligrosos del mundo por 100 años

Enero 09, 2017

Hay líderes del mundo, ejecutivos de empresas globales y unos hombres vestidos con overoles de trabajo, en una reunión donde circulan platos con bocadillos de langostinos, foie gras y otras exquisiteces. Lo cual no sería digno de mención, si no fuera que estamos a apenas cien metros del lugar donde ocurrió el peor desastre nuclear de la historia.

Somos parte de un grupo que visita la antigua planta nuclear de Chernobyl, cerca de la localidad de Pripyat, en el extremo norte de Ucrania.

Dentro del complejo de acceso restringido salvo para unos pocos, han colocado una carpa de paredes transparentes que asegura que todos podamos ver lo que ocurre afuera: allí, a unos pocos metros, está el flamante "sarcófago".

Son formalmente los últimos días de una labor de limpieza que ha llevado 30 años -con sus interrupciones-, desde que los reactores explotaron, en abril de 1986.

Junto con el más reciente de Fukushima, en Japón, el desastre de Chernobyl es el único incidente de categoría 7, el máximo en la escala mundial que se usa para medir la magnitud de los accidentes nucleares.

Alrededor de la planta se delineó una zona de exclusión con un radio de 30 kilómetros, donde la contaminación radiactiva fue mayor. Y en el corazón de ésta, donde funcionaban los reactores, se levanta el "sarcófago" -como lo llaman aquí-, una estructura de domo que sellará los residuos más peligrosos del mundo por al menos 100 años.

Entre los visitantes distinguidos se cuenta Vince Novak, director de seguridad nuclear del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo.

Novak tenía unos 30 años cuando ocurrió el desastre. Ahora tiene más de 60 y vino a ver cómo se coloca en su lugar la última estructura del proyecto al que ha dedicado su vida.

Se trata de una monumental pieza de 35.000 toneladas, que ha sido transportada hasta aquí desplazándola sobre unos rieles especialmente construidos.

El sarcófago se llama en realidad Nuevo Confinamiento Seguro (NCS) y es más alto que la Estatua de la Libertad y más grande que el estadio de Wembley de Londres, con capacidad para 90 mil personas y el séptimo mayor del mundo.

Pero, de cerca, se ve más bien como un gran cobertizo metálico.

No sólo es el objeto de mayor tamaño jamás trasladado por el hombre, sino que su sentido simbólico es igual de grande: se espera que sea la línea divisoria entre un pasado catastrófico y un futuro más promisorio en la historia de la energía nuclear.

Sin embargo, cuando allá por los años 90 por primera vez se esbozó la idea de construir una estructura en el "punto cero" de la explosión, donde todavía los niveles de radiación son peligrosos, muchos pensaron que los ingenieros estaban locos.

Novak cuenta que, en los 30 años que lleva en el proyecto, no es en absoluto la idea más descabellada que le han propuesto.

"La propuesta más loca en realidad la recibí hace unos días. Un científico ruso que nos escribió con un plan para reconstruir la planta", me dice.

Eso no va a ocurrir, está claro. El 26 de abril de 1986, el cuarto reactor de la planta nuclear de Chernobyl explotó durante una prueba de rutina y generó un incendio que duró nueve días.

Y eso fue sólo el principio.

La estructura de contención de acero y cemento colapsó y el combustible nuclear, caliente en extremo, se filtró por los pisos hacia los niveles subterráneos.

El reactor expuesto y ardiente arrojó isótopos radiactivos a la atmósfera. Y las consecuencias se hicieron sentir incluso hasta en Escandinavia, aunque los países más afectados fueron Ucrania, Bielorrusia y parte del suroeste de Rusia.

Poco después del accidente, Hans Blix llegó a Chernobyl. Era el director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica, con sede en Austria (luego se haría conocido mundialmente por liderar la comisión de Naciones Unidas para el desarme de Irak, en 2003).

"Nunca podría haber imaginado una estructura como la que vemos aquí", me dice Blix, los dos parados frente al nuevo sarcófago.

"Me trajeron hasta aquí en helicóptero cuando fue el accidente y yo sólo pensaba 'qué tragedia espantosa'… Se veía ese humo negro generado por el grafito que estaba ardiendo", recuerda.

Blix entendió enseguida que la organización a la que él representaba debía convertirse en una fuente confiable de información objetiva sobre lo que ocurría en Chernobyl, porque muchos se rehusaban a creer los reportes oficiales del gobierno soviético, que quería salvaguardar la reputación de su programa de energía nuclear.

Los soviéticos ya habían enviado grandes contingentes de trabajadores a hacer una limpieza de emergencia, la mayoría de ellos sin entrenamiento ni herramientas adecuadas.

La primera delegación estaba trabajando a unos 600 kilómetros de Chernobyl cuando ocurrió el accidente. Llegaron con la misión de controlar el incendio alrededor de la planta.

Les tomó nueve días y al menos 28 personas murieron como resultado de la exposición a la radiación en ese período.

Otros trabajaron en desactivar el tercer reactor, otros más en construir la estructura que había servido hasta ahora para contener lo peor de la radiación.

Tomó 206 días construir el primer sarcófago, con 400.000 metros cúbicos de concreto y 7.300 toneladas de metal. Y fue una empresa de pesadilla.

"Trabajábamos en tres turnos, pero sólo por cinco a siete minutos cada vez por el peligro de exposición a la radiación", me dijo Yaroslav Melnik, líder de uno de los grupos de tareas.

"Y al terminar tirábamos toda nuestra ropa a la basura".

En total, nueve millones de hombres y mujeres de toda la Unión Soviética llegaron hasta aquí para ayudar con esa limpieza inicial.

Helicópteros en vuelo sobre el reactor dejaron caer arena, plomo y otras sustancias para extinguir el fuego. Un equipo de mineros excavó bajo el reactor para que pudiera bombearse nitrógeno líquido para enfriar el combustible nuclear.

No se sabe cuántos exactamente, pero se calcula que miles murieron en estas labores. Y la mayoría de los que pasaron por aquí sufrió enfermedades horrorosas y prolongadas por causa de la exposición aguda a la radiación.

Y pese a esos esfuerzos y a los miles de víctimas fatales, ese primer sarcófago no estaba destinado a durar.

Cuando colapsó la Unión Soviética, en 1991, la Agencia Internacional de Energía Atómica comisionó un estudio para entender todo lo que fuera posible sobre el diseño de reactores de la era soviética.

Esto constituyó la base técnica para la solución definitiva. Enseguida, Ucrania lanzó una competencia internacional para buscar ideas sobre cómo volver seguro a Chernobyl.

El ganador fue un consorcio francés, con un proyecto basado en encerrar el sarcófago construido por los soviéticos sobre el reactor dañado dentro de una estructura completamente nueva, más grande y segura.

Y más duradera: debía por lo menos estar en pie por 100 años.

Debía además ser levantada cerca de este sitio altamente radiactivo sin poner el riesgo la seguridad de los trabajadores y luego ser desplazada hasta su ubicación definitiva.

Lo que de por sí representaba un desafío adicional, porque el sarcófago se convertiría en la mayor estructura jamás construida por el hombre en ser trasladada de un sitio a otro.

El inicio del proyecto se demoró una década. En junio de 1997, los líderes del G7 accedieron a contribuir con US$300 millones, lo que fue una verdadera "inyección de sangre para toda esta empresa", según dice Novak.

El Plan de Implementación del Refugio, como se lo denominó, comenzó con el refuerzo del primer sarcófago, que estaba a punto de colapsar.

Los niveles de radiación adentro se estimaron en 10.000 roentgenes (la antigua unidad utilizada para medir radiaciones ionizantes) por hora, 20 veces más de la dosis que se considera letal.

"Todos los trabajos tuvieron que tomar en cuenta la polución radiactiva", indica Novak.

Proteger a los trabajadores se volvió una prioridad: lo último que querían los responsables de la tarea era enviar más gente a la tumba, después de los escandalosos descuidos de la era soviética.

"Había varios cientos de personas tomando decisiones, desde ingenieros a políticos o encargados de regulaciones. Cada uno con sus propias ideas", revela Novak.

Pese a la magnitud del desafío, Novak asegura que nunca cayó en el pesimismo. En parte porque contó con el apoyo de un equipo de 12 expertos nucleares que había reclutado en todo el mundo, bajo la dirección del italiano Carlo Mancini.

Ellos no tenían filiaciones políticas ni de otro tipo y, una vez que lograran el visto bueno de los donantes de fondos internacionales, sus opiniones no podrían ser desestimadas. Por ningún motivo.

Tomó otros diez años preparar el terreno para la nueva estructura, en los que el principal temor fue siempre la amenaza de colapso del sarcófago existente.

Cuando comenzaron a trabajar, se dieron cuenta que las cosas estaban incluso peor de lo que habían calculado.

"Los soviéticos habían bajado las vigas en ese sarcófago mediante helicópteros. En realidad, toda la estructura del techo", cuenta Novak.

Las piezas se habían bajado una a una, en lugar de como una estructura única.

"Era evidente que las vigas se estaban desplazando y la pared de la estructura se estaba moviendo. Llegó un momento en el que cualquier mínimo desplazamiento hubiera hecho que los soportes cayeran y, con ellos, el refugio entero".

Novak recuerda las tensiones que hubo en aquellos días.

Tanto el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo como los administradores del proyecto - entre los que se contaba el gigante estadounidense de la construcción Bechtel, Électricité de France y la organización sin fines de lucro Instituto Memorial Batelle- creían que las condiciones para la labor eran totalmente inadecuadas.

Pero el riesgo de no hacer nada era demasiado grande: no intervenir significaba quizá dejar abierta la posibilidad de otra catástrofe en Chernobyl.

Mientras, el sarcófago gigante que tengo frente a mí ya estaba en construcción. El consorcio francés Novarka fue el responsable de su diseño, aprobado previamente por el gobierno de Ucrania.

Para minimizar la exposición a la radiación que sufrían los trabajadores, decidieron erigir la vasta estructura a 300 metros del sitio del accidente y moverla a su emplazamiento final una vez estuviera completa.

Los segmentos del sarcófago, en realidad, se construyeron y ensamblaron en Italia. Luego se enviaron por barco y camión hastaa Ucrania: en 18 barcos de carga y 2.500 camiones, para ser precisos.

Para cuando se colocó la estructura de base en el lugar definitivo, a fines de 2014, habían pasado 28 años de la tragedia.

Por dos años, el interior del sarcófago se fue ensamblando en fases. Incluido el sistema avanzado de ventilación con el que cuenta y las grúas robotizadas manejadas a control remoto con las que se desmantelaron las estructuras existentes y el reactor, una vez que la estructura nueva fue sellada.

Recién el mes pasado Chernobyl amaneció por fin con el edificio completo en su lugar, 30 años y siete meses después de la explosión que exigió este operativo descomunal.

Donde estamos, en esa carpa con ventanaless, es lo más cerca que nadie estará de este sarcófago sellado para no abrirse prácticamente jamás. O al menos, por los 100 años de vida útil que le garantizan sus creadores.

"Estoy extremadamente satisfecho con el resultado", dice Mancini, el jefe. "Estoy en la fase final de mi carrera profesional y esta es la cereza del postre".

En el sarcófago han trabajado 10.000 personas. Y la mayoría de los que están aquí comparten los sentimientos de Mancini.

Novak va aún más lejos: dice que esta "tumba" es un edificio digno de ser considerado una de las maravillas del mundo.

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